Hay
fundamentos científicos e incluso biológicos que explican la dinámica
detrás de la lucha por la supervivencia y la perpetuación de la especie,
que comparte el ser humano con prácticamente todas las especies del
planeta.
Al menos hace algún tiempo, esta parecía
ser la única verdad, explica el sitio Guioteca.com. Hoy por hoy, nuevas
formas de competencia auto impuestas, le siguen dando la razón a esta
frase.
Así -en esta batalla constante más o menos primitiva-, nuestro organismo ha ido desarrollando mecanismos que hacen que disfrutemos el hecho de triunfar.
En términos sencillos, nuestro cerebro y cuerpo empiezan a funcionar en armonía y “al son” de la canción de la victoria.
¿Cómo? Pues así:
- Nuestra vista se agudiza. Vemos literalmente mucho mejor.
- Nuestros reflejos se tornan mucho más rápidos.
- Nuestro pensamiento se vuelve más eficiente.
- Nuestros bronquios se dilatan y nuestro corazón late con intensidad; llevando más oxígeno y nutrientes a los músculos y centros nerviosos.
- Nuestras sensaciones se tornan placenteras y agradables. Incluso, podemos sentirnos más fuertes y capaces.
La sensación de plena satisfacción y
euforia se nos presenta cuando ciertas hormonas estimulan los centro del
placer del cerebro, provocándonos un intenso bienestar. De esto se
encarga, principalmente la Dopamina. Por su parte, la Endorfina actúa en todo el cuerpo combatiendo el cansancio, rebajando los niveles de dolor y haciéndonos sentir totalmente eufóricos. La Adrenalina y Testosterona nos dan energía y mantienen alerta.
Todo lo anterior, como una maquinaria
natural de satisfacción, nos prepara para seguir compitiendo y
perseverar en la lucha; ya sea por sobrevivir, por ser el mejor del
curso, por conseguir un asenso o bien, por ganar una copa o campeonato
deportivo.
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