¡ Cuidado con la luz al final del tunel !
La conocida frase de
que hay una luz al final del túnel puede servir a veces para aferrarnos a
soluciones inmediatas, que luego tienen resultados no deseados. Sin ser
pesimista, el autor reflexiona sobre el tema y refiere algunas de las que considera
falsas luces.
¿Cuántas veces nos
arengaron a tener esperanzas porque, finalmente, ya se vislumbraba la luz al
final de túnel? Claro, se refieren a la luz que anuncia el final de una época
sombría y la llegada de un día espléndido.
Pero hace poco
encontré una versión diferente, «desconfía de la luz al final del túnel: ¡puede
ser un tren que viene en sentido contrario!».
Luego de reírme, me
puse a pensar en que no sería nada gracioso para el gerente que, al ver alguna
luz, se lanza hacia ella creyendo que es una solución, pero al final, muy tarde, se da cuenta
que es una amenaza peor que de la que estaba huyendo.
Y claro, no podemos
reprocharles nada puesto que es natural que, ante la angustia y la
desesperación, cualquier luz nos parezca esperanzadora y nos arrojemos hacia
ella sin reflexionar mucho.
Tomando dos ejemplos
no relacionados y guardando las distancias, es así como a veces los mortales
nos enfrentemos al matrimonio, ¿no? Otro ejemplo es cómo funcionan algunos
sistemas para eliminar insectos fotofílicos: se les atrae con una luz para
atraparlos y luego se matan. Cualquier
parecido entre los dos ejemplos y nuestras vidas es pura coincidencia.
Volviendo a nuestro
tema, preguntémonos, cuáles son las falsas luces de esperanza al final del
túnel que siguen gerentes y empresarios en nuestro país. Sin ser exhaustivo, en
mi opinión, cuatro de las más frecuentes son:
Primero, creer que con reducir personal se va a
salvarla empresa. Esto, que es
un paliativo a veces inevitable para salvar el maltrecho flujo de caja, suele
destruir el talento y la capacidad colectiva que tanto esfuerzo y dinero le
costó construir a la organización afectando sus perspectivas de largo plazo.
Segundo creer que la solución es dejar de
producir y volvernos importadores, pero en realidad con ello deterioramos más nuestra capacidad
competitiva, empobrecemos más aun nuestro alicaído talento productivo y empobrecemos
nuestros mercados, pues aumenta el desempleo y se disminuye la capacidad de consumo.
Tercero, creemos que se logrará el punto de
equilibrio si presionamos lo suficiente a nuestro personal para alcanzar metas
muy altas e irreales. Lo que
realmente generamos es una multitud de prácticas incorrectas, ilegales e
inmorales, que destruyen al equipo o destruyen los canales de distribución de
la empresa o su prestigio.
Cuarto, creer que la única o principal solución
está en conseguir favores del Estado. Esto genera resignación y pasividad en ciertos sectores empresariales
que han concentrado sus esfuerzos en el cabildeo y el lloriqueo. No negamos la
necesidad de políticas estatales de incentivo y corrección, pero restringirse a
ellas es tremendamente antiemprendedor.
Es importante
comprender el círculo vicioso en que estamos. Cuando se toman estas medidas
desesperadas nos justificamos diciéndonos que, dada la grave situación no hay
más remedio. Pero esos mismos gerentes ignoran que las pseudosoluciones agravan
más la situación y luego se ven forzados a tomar más pseudosoluciones, lo que
agravará más la situación y así hasta la destrucción de la empresa y de la
industria nacional.
Pensemos qué tipo de
empresas, de economía y de país estamos logrando con estas actitudes. ¿Qué tipo
de hábitos gerenciales estamos desarrollando? Ni nuestra competitividad (en
productos de valor agregado) ni la capacidad de nuestras empresas para competir
internacionalmente están mejorando.
Distingamos las luces
de esperanza de aquellas de los trenes que vienen en sentido contrario, listos
a arrollarnos. Aunque reconozco que eventualmente pudieran ser o parecer
paliativos eficaces, las pseudo-soluciones no son soluciones o, por lo menos,
no son las verdaderas soluciones de largo plazo que nuestras empresas y nuestro
país necesitan.
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